29 diciembre 2015

Contracción involuntaria de los músculos



Entonces el sueño: la imagen fija de una tráquea que se obstruye. El miedo. 

Por las mañanas fue el sabor de la asfixia. Y el precipicio, porque siempre el precipicio produce náuseas y el sabor a hierro en la boca. 

Durante setecientos treinta días —o más, tuvo que ser más— desperté con la opresión en los pulmones, esa fractura, el desgarramiento por el acto de inhalar. 

Pero la sangre llega a la quietud, así como todo aquello que se rompe en la orilla.

Ahora sólo queda el espasmo. Porque el espasmo, siempre el espasmo, recuerda desde la precisión de un cuerpo yaciendo en multitud. 


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