14 marzo 2014

Cuando el dolor son cuatro palabras

Solar Sisters

"Última carta", poema póstumo de Ted Hughes para Sylvia Plath, no incluido en el libro Cartas de Cumpleaños.

¿Qué ocurrió aquella noche? Aquella última noche
En que todo fue expuesto dos veces,
Tres. Te vi viva por última vez
Al caer la tarde del viernes
Quemando en
el cenicero con una extraña sonrisa
Esa última carta a mí.
¿Había yo estropeado tus planes?
¿O me había sorprendido antes de lo que tenías previsto?
Una hora más tarde y ya te habrías marchado
Donde yo no pudiese encontrarte.
Yo, con tu carta en la mano,
Un rayo que no podía llegar a la tierra,
Me habría alejado de tu puerta cerrada y roja
Que ya nadie abriría.
Eso para mí
Hubiera sido un tratamiento de choque
Que se repetiría una vez y otra, todo el fin de semana,
Cuando la leyera o simplemente al pensarla.
Eso hubiera ordenado mis pensamiento y mi vida.
El tratamiento que planeabas necesitaba tiempo.
No puedo imaginarme cómo
Hubiera podido soportar ese fin de semana.
No puedo imaginarlo. ¿Lo tenías ya todo planeado?

Tu nota me llegó demasiado pronto. Ese mismo día,
Viernes en la tarde y la habías mandado en la mañana.
La adelantaron los demonios que siempre prevalecen.
Esa fue una más de las pajas de la mala suerte
Que contra ti quiso poner el servicio postal
Y que se añadió a tu carga. Salí rápido por entre la nieve
Ya azulada en Febrero. Anochecía en Londres.
Lloré de alivio cuando abriste la puerta.
Mil y un acertijos a solucionar. Lágrimas precoces
Que no pude interpretar, que fracasaron al comunicar
Su verdadera importancia. Pero lo que dijiste,
Sobre las cenizas aún humeantes de esa carta
Destruida con tanto cuidado, con tanta calma,
Me dejó dejarte, marcharme
Para que quitaras las cenizas de tu plan, del cenicero
En el que apoyaste para que yo leyera
El número de teléfono del doctor.
Mi huida
Se había convertido en un hechizo,
Desesperanzado e insomne, con todos sus sueños gastados,
Y yo sólo quería volver a capturarlos, sólo quería
Caer en algún sitio fuera de ese vacío.
Dos días de no hacer nada. Dos días gratis.
Dos días sin calendario y robados
De un mundo sin nombre
Más allá de lo del día, de sentimientos y de nombres.

El amor de mi vida lo agarró. El desmayado amor de mi vida
Con sus dos agujas locas,
Esas que tejían su rosa, esas que atravesaban y anudaban
En el tapete su tatuaje sangriento
En algún sitio y adentro de mí,
Anudando ese embrollo blasonado,
Dos agujas locas, pespuntando sus pespuntes,
Eligiendo
De mis nervios sus colores,
Rehaciéndose adentro de mi piel, rehaciéndose
La una a la otra como una caricatura.

Su obsesionado entrar y salir. Dos mujeres
Cada una con una aguja.

Esa noche
Mi Susan de De la Robbia. Me moví
Con la circunspección
De una llama en la mecha. Toda mi furia
Era un esfuerzo abandonado de volar
El viejo globo sobre el que las sombras doblaban
Mi delator rastro de ceniza. Corrí
De un lado a otro, corrí mirando atrás, una película al revés.
¿Corrí hacia dónde? Fuimos a Rugby Street
Donde tú y yo comenzamos.
¿Por qué fuimos allí? ¿De todos los lugares donde pudimos ir,
Por qué fuimos allí? La perversidad
En el arte de nuestro destino
Ajustó sus refinamientos para ti, para mí,
Para Susan. Un solitario
Que jugaba a ser el minotauro de ese laberinto
Que incluía hasta a Helena en la planta baja.
Tú te habías fijado en ella: una chica para un cuento.
Nunca la conociste. Pocos la conocieron
Si no era a través de los oídos y la máscara hambrienta
De su perro alsaciano. Tú ni siquiera la habías visto.
Tú tan solo te encogías
Cuando el demente animal se impactaba contra la puerta
Mientras atravesábamos el pasillo
Y la oíamos ahogarse en un infinito odio alemán.

Aquel sábado en la noche abrió su puerta
Apenas unos centímetros.
Susan se encontró con sus ojos negros, con el triste
Sobrepeso y la cara amorosa que se veía
Al otro lado de la cadena. Se cerró la puerta.
La oímos consolar al carcelero en su celda,
En su guarida, esa en la que apenas unos días después,
Lo ahogaría en gas, se ahogaría ella misma.

Susan y yo pasamos esa noche
En la cama de nuestra primera noche. No lo había vuelto a ver
Desde que nos tumbamos en ella la noche de bodas.
No me la llevé a mi propia cama.
Se me ocurrió que con el fin de semana
Pudieras aparecer en una visita sorpresa.
¿Apareciste para tocar en mi ventana oscura?
Por eso me quedé con Susan escondiéndome de ti
En nuestro lecho conyugal, el mismo
Del que en tres años se la llevarían a morir
Al mismo hospital en el que,
En doce horas,
Yo te encontraría muerta.
El lunes en la mañana
La llevé al trabajo, a la City
Y después estacioné el auto al norte de Euston Road
Y volví a donde mi teléfono me esperaba.

Lo que pasó esa noche, en tus horas,
Nadie lo sabe, como si nunca hubiera ocurrido.
La acumulación de toda tu vida,
Como en un esfuerzo inconsciente, como en el nacimiento
Que pasa lento, que atraviesa la membrana de un segundo
Hasta el siguiente, ocurrió
Sólo como si no pudiese ocurrir,
Como si no estuviera ocurriendo. ¿Cuántas veces sonó
En mi habitación vacía el teléfono
Contigo en el tuyo oyendo el tono
Y a ambos lados una memoria que se desvanece
De un teléfono sonando
En una mente que ya estaba muerta.
Cuento las veces que fuiste hasta la cabina
Al final de Saint George.
Ahí estás siempre que miro, apenas
A la salida de Fitzroy Road, cruzando
Entre los montículos de azúcar sucio.
Con tu largo abrigo negro,
Con la coleta a tus espaldas,
Con tu andar que no se mueve ni despierta
Y nadie más anda,
Andando por las escaleras de Primrose Hill
Hacia la cabina de teléfono a la que nunca llegas.
Antes de medianoche. Después. Otra vez
Y otra y otra vez. Y, ya cerca del alba, otra.


¿En qué posición de las manecillas de mi reloj hiciste
Tu último intento,
Ya más allá de mí capacidad de escucharlo
Y agitaste la almohada
De esa cama vacía? ¿Una última vez
Que rozó apenas mis papeles y mis libros?
Cuando llegué el teléfono ya estaba dormido.
La almohada inocente. Dormía mi habitación
Henchida de la nevada luz matutina.
Encendí el fuego y saqué los papeles.
Y apenas había comenzado a escribir cuando el teléfono
Se despertó como alarmado,
Como recordando todo. Tomó vida de nuevo en mi mano.
Y después, como un arma elegida cuidadosamente
O como una inyección,
Depositó con frialdad sus cuatro palabras
En lo más profundo de mi oído: “Su esposa ha muerto”.

09 marzo 2014

Del vientre nace el miedo


La Revista Ombligo hizo un especial a propósito del Día de la Mujer (8 de marzo) donde compartía pura literatura hecha por mujeres de seis países y me incluyeron en este bonito especial.

Muchas gracias al editor Antonio Flores Schroeder y a su gran equipo. 


Aquí pueden leerlos: Poemas

05 marzo 2014

Me cansé del vuelo porque el vuelo era tener dos piernas


Laura San Román


Ahora veo cómo las paredes internas se derrumban, cómo el rostro se desfigura por el cansancio de insistir, de sobrellevar. Veo el exterior y nada me sostiene. Veo la tristeza, ya no el miedo, ya no la anterioridad, colgando nerviosa. Veo que sólo soy un puñado de algo que no significa, que no le importa el futuro pero piensa en él.

02 marzo 2014

Recibimiento en forma de ombligo



Hace unos días la Revista Ombligo  y su gran equipo me han abierto las puertas recibiéndome así:

"La escritora mexicana Aleida Belem Salazar limpia toda transferencia antecesora para nacer de nuevo a partir de este día en Ombligo."

Mi primera colaboración se llama "Historia anímica", poema que aparecerá publicado en mi reciente poemario, Miedo cerval, que publica 89plus y LUMA Foundation para el proyecto Poetry made will by all! 1000 libros de 1000 poetas de todo el mundo nacidos a partir del 89, que se expone en Zurich del 30 de enero al 30 de marzo y el libro se podrá conseguir en formato gratuito en PDF o comprarlo físico

Pueden leer mi colaboración en Revista Ombligo: aquí. 




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El sábado la poeta española Paz Cornejo ha mencionado un fragmento de mi poema en su blog: Limpiar la casa y la vida porque es sábado



27 febrero 2014

Al viento lo que es del pájaro







Por el poeta Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo
27 de febrero de 2014.

Quiero agradecer a Aleida que me haya invitado gentilmente a expresar algunas palabras sobre su bello libro Al viento lo que es del pájaro. También a cada uno de ustedes por su presencia. En especial mi gratitud a este establecimiento, Punta del Cielo, porque al abrir su espacio a las manifestaciones culturales está contribuyendo a algo muy valioso: difundir las expresiones artísticas que ennoblecen, que dignifican a nuestro entorno comunitario.

Así es, necesitamos espacios que revitalicen el espíritu, porque, por ejemplo, en nuestro mundo el poder degrada al lenguaje, lo lastima. Los políticos abusan del idioma, lo enferman al emplearlo tóxicamente para el ocultamiento y la falsedad. William Carlos William fue contundente: si el lenguaje se distorsiona, el crimen prospera. Nada más certero considerando el estado actual de las cosas. Afortunadamente contamos con la poesía, la que purifica las palabras y nos restituye su brillo, su luz, su poder liberador.

Por eso celebro que una joven como Aleida responda al llamado de la poesía y venga ahora a ofrecernos su versión de cómo el lenguaje puede iluminarnos, volviéndonos más humanos, más profundos.

Y una de las magias de la poesía es que se abre a múltiples lecturas. Ustedes tendrán la suya propia cuando se adentren en estas páginas de Aleida. Por mi parte, les comparto mi propia lectura.

Advierto que la temática de este poemario posee un núcleo: la exploración existencial. Y en torno a este centro gravitan como planetas psíquicos el insomnio, el tiempo, la ausencia. La voz poética se interroga a sí misma, se busca, se extravía, va del silencio al grito. Quiere hallar en las palabras la revelación que dote de sentido al corazón humano; que dote de significado a su experiencia trágicamente atada a la fugacidad.

Aleida enmarca su discurso en las insomnes horas del tiempo lineal, por esos sus tres capítulos se titulan a.m., p.m. y días. Y nos va adentrando en esos rieles en los que rígidamente se desliza el tren del pasado, presente y futuro. Y aparecen, poderosos, la nostalgia y la espera. Su nostalgia no es personal, es la de los pájaros, la de los ríos y las nebulosas siderales. Es la nostalgia de todo aquello que algo espera, desde el humildísimo grano de arena a las inteligencias cósmicas. Y la espera en este libro es esa emoción que está al acecho del retorno de no sabemos qué, ni de quién, pero es algo que vendrá a aclarar por qué nos lastiman tanto el olvido y la inclemencia del absurdo.

No me extraña que una joven comience su obra con poemas donde aparece la ausencia. No me sorprende porque me recuerda al gran poeta Paul Reverdy quien señaló: La ausencia es la madre de todos los poemas. Si, porque la ausencia es ese poderoso vacío que ha llevado a ciertos hombres y mujeres a la sabiduría y a la paz, y a otros a la poesía, como el caso de Aleida. La ausencia, que comúnmente paraliza y desgarra, es un vacío de algo indescifrable pero que en voz del poeta se vuelve fecundo, iluminador.

La sensibilidad de la autora toca el gran tema de la herida humana: sentirnos separados de la totalidad, de ahí ese sentimiento de abandono y carencia de algo indefinido. Para sanar ese hueco la poeta nos invita a recobrarnos en la metáfora, en la danza de imágenes nítidas que propone en este libro de estilo generoso, diáfano y preciso como la incertidumbre que lo anima.

Al viento lo que es del pájaro es un testimonio de la perplejidad del que se contempla en múltiples y fugaces espejos. Aquí está el ser que todo lo interroga porque se resiste al sinsentido. Aquí está el ser que finalmente busca a solas su rostro, o su extinción, en el lenguaje. Poesía existencialista. Aleida, con sus evocaciones, nos insta a formular cuestionamientos vitales: ¿Qué ser somos y hemos ido olvidando?, ¿qué seres llevamos en la voz?, ¿cuántos horizontes hemos sido?, ¿cuántas sombras? La poesía de Aleida nos ayuda a atraer el insomnio más sagrado: el que eleva su lámpara para atisbar con agudo atrevimiento los enigmas primordiales. Ustedes encontrarán en este breve pero intenso libro los sonidos más puros de la soledad cuando canta, cuando se hace inteligencia, hondura y verbo.

Aleida es una joven poeta que ha decidido unir las palabras de una manera única, y produce una rara belleza, y así responde al mundo que lacera, penetrando en el corazón de las cosas y de los otros. Al abrir ese libro verán la senda en la que Aleida transita en su búsqueda, y cómo ella nos invita a investigar la vida y su misterio. El misterio que, como decía Einstein, es la fuente del verdadero arte.

Otro acierto de Aleida es la brevedad de su libro, porque el tema que escogió así lo precisa. Además ya lo dijo Baltasar Garcián en el siglo XVII: lo breve y bueno es dos veces bueno. He aquí un pequeño libro de belleza grande que se sumerge con valentía en nuestros abismos y en nuestros indefinidos límites. Con el soporte de una dignísima edición, las revelaciones contenidas aquí invitan a cada lector a aprender un oficio inescapable: interrogar la profundidad propia, el recuperar la voz íntima y remota de cada uno.


En fin, celebremos la magia de la poesía, leyendo este libro que nos ofrece un canto inteligente de cuando el alma se vuelve un ave sensible y sola. Sí. Aleida lleva un ave dentro, no sabe si ese pájaro de agudo vuelo es su voz, o la palabra, o la vibración inexpresable del Espíritu. Lo que sí sabemos es que sobre esta joven se ha posado, venturoso, el ángel del lenguaje.